Presentado el 18 de dicidembre del 2021
en el conversatorio “localizaciones de los analistas”
Eric, pásame los malvaviscos, ya tengo la fogata prendida. Berenice está ayudando a los demás a terminar de poner la casa de campaña. Dicen que al amanecer Mónica contará historias, pero preferible es asar unos malvaviscos mientras contamos algunos cuentos en este atardecer impensado. En este ocaso del dispositivo podemos disfrutar de la compañía de todos, que al cabo mañana tendremos que avanzar a nuevas aventuras.
Gracias, Virgilio y Luzma, el café ha quedado cargado, como me gusta. Podré entonces comenzar con las historias. Así que acérquense todos. Díganle a Lolbé que se acerque, que ya está también el chocolate caliente. No garantizo que sea una buena historia. Soy malo contando cuentos, pero hoy me mueven las llamas bailarinas del fuego, cuando las mueve la brisa marina que llevo en el pecho. Así que comienzo.
En lo alto de aquella cornisa se divisaba un suntuoso palacio. Largos y amplios jardines coloreaban los contornos de las faldas grisáceas con las que se habían circunscrito aquellos enigmas. Aquellos enigmas que celosamente salvaguardaban aquellas paredes. El royaltyse había construido ahí y, sobre todo, se había desarrollado desde su fundación en 1910. Pero, según cuentan las leyendas, en Nuremberg se había profetizado el modo en el que el royalty finalmente terminó constituido.
Un antiguo gitano llamado Sándor, despierto y perspicaz —según me comentaron—, mencionó justamente que los palacios y castillos, vaya, las asociaciones, podían caer en el modelo familiar.
Sin embargo, no pareció incomodar a muchos —o al menos no tengo nota de ello—. Por su parte, aquel gitano justo estaba mostrando una realidad apenas aparente, que, a pesar de sus advertencias en aquel discurso, también marcaba las líneas de funcionamiento de lo que sería el suntuoso palacio y el modo de funcionamiento que ahí habitaría.
Aquel gitano, por encargo del fundador —un tal Sigmundo—, dio un discurso en un ambiente festivo y de la alta estima para los que escucharon atentos.
¿Qué dijo ese día? Sin duda muchas cosas, pero lo central es rescatar algunas frases que me dejaron pensando antes de escribir sobre aquellos papiros que logran ver junto a la maleta que está encima de mi caballo. Estas frases, y tantas más, me llegaron por parte de un juglar llamado Manolo, en un lugar llamado Ciudad de México, y que me confió en un canto de profunda investigación.
Decía algo así:
“Parece que el hombre apenas puede escapar a sus características familiares, que es justamente un zoonpolitikon, un animal de rebaño, como decía el sabio griego. Por mucho que se aparte con el tiempo de sus costumbres y de la familia de la que ha recibido la vida y su educación, acaba siempre por restablecer la situación antigua. Halla un nuevo poder en cualquier superior, héroe o jefe de partido respetado; encuentra a su hermano en sus compañeros de escuela; su madre es la mujer a la que le tiene confianza; sus juguetes los encuentra en sus hijos. No se trata de una analogía forzada, sino que es la estricta verdad.”
El gitano había dicho más. Habló de pasiones, amores, odios, rivalidades, envidias, entre tantas otras cosas que suceden en la familia. Justo en lo que por momentos parecía una advertencia de adivino, parecía sentar las bases de un futuro en miras de la evolución erótica de sus implicados, puesto que lo mencionaba así, según el cántico que escuché.
Decía:
“Tal asociación debe ser una fórmula en la que el padre no detente una autoridad dogmática, sino sólo lo que le confiera su capacidad y actos. Donde sus declaraciones no sean ciegamente respetadas como si se tratara de decretos divinos, sino que se sometan, como todos los demás, a una crítica minuciosa. Donde él mismo acepte la crítica sin su susceptibilidad ridícula ni vanidad, como un pater familias, un presidente de asociación de nuestros días.”
Bueno, han pasado ya más de 100 años de aquel acontecimiento. Y aun así sigue ocasionando efectos sin siquiera que sepamos nada de él. Hayamos leído o escuchado algún trovador al respecto. Sabemos de antemano que las circunstancias míticas e históricas tienen aún más efectos justo por tenerlos en el olvido… aparente, como suele suceder.
Así pues, el royalty, constituido con el modelo familiar, sentaba las bases de un futuro que, si bien iba a ser criticado por algunos, nunca lo suficiente como para que de eso se desprendieran modalidades distintas.
Hasta que, un buen día, algo comenzó a moverse, lejos,lejos de donde nació el royalty, no tanto, algunas décadas después, un bufón —un clown, como él se decía—, un tal Jack’s Mariemil, que llamaremos bufón o payaso. Aquel de la corte parisina comenzó a trastocar las cosas, pero como se dice por ahí: No porque un bufón tenga el privilegio de decir las cosas en broma, no quiere decir que su cabeza esté a salvo.
—¿Qué ventajas del bufón? —me dirán.
Sí, pero los límites se cruzan y el bufón está en riesgo.
Déjenme les cuento un poco más de este clown. El bufón se disfrazaba para dar homilía en la Catedral de Santa Ana, pero no le duró mucho. El royalty notaba que no era devoto de dicha santa y no comulgaba con los preceptos del Principado de París.
El reinado del royalty iba a pasar por muchas cosas a partir de ese momento. El Principado de París se había colocado como asunto de suma importancia a este tal bufón, y la policía secreta de su majestad lo tenía en la mira. Este clown, con su ánimo de reestructura, fue censurado sin ser escuchado por la parte administrativa y decidió partir.
Sin embargo, este payaso tenía seguidores. Había gente que solamente había pisado la Catedral de Santa Ana por él. Así que, cuando salió del palacio, incluso la servidumbre salió junto con él, zapateando.
Él había dicho en algún momento que había zapatitos, pero estos salieron zapateando. Evento inaudito, según la historia de los Reyes de la Corona.
Entonces, bien. En ese momento existía por vez primera un grupo de personas trabajando sobre aquel enigma que el royalty celosamente resguardaba.
Lo que le concernía al bufón era el modo en el que uno podía asumir la función o el cargo de algo que ellos llamaban druida. Si le suena “analista”, tómenlo por bueno. Una tarea nada fácil, y sobre todo dada por sentada debido a la lógica familiar que se suscitaba en el royalty —lógica propia también de las jerarquías marciales y los gobiernos de los pueblos— dejaba elididas las preguntas del cómo alguien se transforma en druida.
Todos coincidían en el asunto de que un aprendiz de druida debía pasar por una experiencia con un druida de antigua data.
Esto no resolvía el problema de saber cuándo alguien estaba en condiciones de separarse del druida antiguo y comenzar a fungir él mismo como un druida que echara a andar aquel enigma.
El royalty se comenzó a enfocar cada vez más en su jerarquía y procesos de admisión y graduación, dejando cada vez más la experiencia vivida por los aprendices en un lugar opaco y alejado, dejando como carácter primordial a los protocolos de selección y de iniciación.
Se había desarrollado una especie de cofradía que no seguía las lógicas propias del enigma ni del pasaje por la experiencia del druida, salvo por una cuestión: aquel que quisiera hacer el ritual de iniciación debía sumar a su persona y asumir justamente su lugar en la historia heráldica del royalty.
Podríamos pensarlo también como que se hace parte del escudo de armas, es decir, identificarse con las insignias del padre fundador y, a su vez, con el druida a cargo de su transformación.
Pero no solo eso. Sino que, lejos de liberar al futuro druida de su carga genealógica, se le imputaba una heráldica nueva: la del royalty.
Así pues, el royalty había engendrado legiones de druidas atados por lazos heráldicos. Constituían una pieza en la cadena de sucesiones de poder en la historia. En su momento, los hijos derrocarían al padre —a muerte o por fallecimiento—.
Los alfiles garantizaban algo con todo esto, pero no es nuestra ocasión hablar de ello. Pero ahora queda mejor entendido como el gitano había advertido ésto desde su fundación.
Por otro lado, cuando el clown, el payaso, salió del royalty, desarrolló una nueva comunidad con los planteamientos que pensaba podían establecer un lazo de trabajo inédito en torno al enigma, pero sin la lógica familiar que el gitano había descrito desde su inicio y que era la médula del royalty. La parte interesante es que fue muy ingenuo, porque pensó que eso podría liberar todo. Con esto quiero decir que el payaso proponía un pasaje en el que las insignias y la heráldica se derroquen, caigan, y en esta posición desarrollar un lazo inédito con una comunidad druida.
El modo de funcionamiento de la comunidad podría existir a pesar de que no todos hayan hecho ese pasaje, siempre que la comunidad acogiera la posibilidad de que quien quisiera hiciera dicho pasaje.
Ha pasado mucho tiempo desde que estas historias sucedieron y parece aún que estamos tan empantanados como en aquel entonces. Y es aquí donde me gustaría narrar un poco más de este cuento que va en relación con el canto de juglar que a mi modo intento reproducirles.
Acérquense un poco más al fuego, que las llamas arden mientras se les cuentan historias a las flamas. Les decía que el canto del juglar nos dejó pasmados a todos, en duda, con mil preguntas, y sin embargo hemos seguido adelante en esta travesía.
Y entonces me hice una pregunta. Si la comunidad del bufón desapareció y de ella quedó una fragmentación de distintas comunidades islotes —como diría un tal señor en Translacania—, ¿qué sucede con aquellos que operan en la aparente libertad de estar por fuera de las comunidades druidas?
La historia no data de hace mucho tiempo, ¿O sí?. No sabemos cuántas veces haya pasado esto, pero es igual de importante. Sobre todo si entendemos que sigue sucediendo: el desconocimiento del canto de los juglares y de los cuestionamientos que se producen dentro de las comunidades druidas provoca que el ejercicio que puso en marcha aquel bufón para anular las lógicas familiares resurja de lo anímico más profundo.
Es cierto que el druida pasa por una experiencia, pero si esta no se cuestiona en cada ocasión —lo que sabemos de antemano por experiencia de vida— resurgen los modos de hacer lazos con otros. Es decir, queridos compañeros de aventuras, de las experiencias más vívidas, como lo es el lazo familiar, resurge lo profundo del alma de quienes aún no han dejado caer su heráldica primordial.
Y así, a su vez, por no estar en una comunidad druida, no están advertidos de ello. Las lógicas familiares resurgen, y las genealogías se imponen como heráldicas que encubren nuestras vergüenzas. Mientras que los druidas del royalty se han sometido abiertamente a un ritual en el que adoptan una heráldica en más, la gente que se encuentra tanto por fuera del royalty como en las comunidades druidas puede estar sometida por lógicas de monasterio o de catedral. Como, por ejemplo, el nombre de sus propios druidas y mentores.
Con esto quiero decir que al estar por fuera de la comunidad, la lógica druida queda de lado y se imponen lógicas que se encuentran por fuera de su práctica. Razón por la cual la genealogía se impone al mero estilo de este otro personaje de los cuentos antiguos: Aragorn, que por no tener claro su destino, en cada ocasión en la que se le interroga por su nombre o en la pregunta “¿Quién eres?”, solo le resta contestar —y cito abiertamente—:
En The Lord of the Rings…
En La Comunidad del Anillo menciona: “Soy Aragorn, hijo de Arathorn”.
En Las Dos Torres menciona: “Soy Aragorn, hijo de Arathorn, y me llaman Elessar, Piedra de Elfo, Dúnadan, heredero del hijo de Isildur, hijo de Elendil, de Gondor”.
Y en el tercer libro, El Retorno del Rey, Aragorn menciona: “Estel me llamaban, pero soy Aragorn, hijo de Arathorn, heredero de Isildur, señor de los Dúnedain”.
Así, queridos compañeros, podemos ver que el héroe de esta otra historia sigue la regla heráldica sin dejarla caer. Y mientras más avanza la hisoria, más nombres genealógicos e inscripciones se ve forzado a usar.
Recapitulo esta narración: si el royalty asume abiertamente la inscripción heráldica, las comunidades druidas por fuera del royalty no están exentas de caer en la misma lógica familiar, incluso con más fuerza debido a su posible no cuestionamiento de algunas estructuras. Es decir, por no asumirse diferente, puede que de noche los asalten los cancerberos reclamando premios.
For last but not least, la falta de comunidad druida puede provocar la instalación de una lógica familiar con más ahínco por su misma posición de Stand-cia. Una stand-cia parada en el tiempo, como Aragorn en las novelas de El Señor de los Anillos. Mientras más se desarrolla la historia, más necesita hacerse de nombres, hacerse reconocer por otros en una travesía que le exige seguir un destino. Sin embargo, no repara en su proceder: va cegado por suponer.
Así es como cada vez más debe usar más y más nombres, más y más heráldicas y blasones que le cubran la vergüenza de sus aventuras.
Compañeros de ruta, en esta última reunión de nuestro dispositivo, donde las llamas se imponen para esta ocasión de festejo de las andanzas, agradezco la ruta y estoy seguro de que nos volveremos a encontrar como buenos arrieros.
Solamente cierro con algo que le escuché a otro juglar de Córdoba, Argentina. Algo que se parece como una sopa. Alguna vez dijo:
“No hay psicoanálisis sin escuela. Ser miembro o no de alguna de las existentes no significa estar por fuera de las mismas.”
Ahora sí. Que cuenten los demás sus historias.
Gracias.