Malheureux peut-être l’homme, mais heureux l’artiste que le désir déchire. [1]
Baudelaire
Le Désire de peindre
Mais moi, furieux, j’ai répondu : « Non! Non! Non! » Et pour mieux accentuer mon refus, j’ai frappé si violemment la terre du pied que ma jambe s’est enfoncée jusqu’au genou dans la sépulture récente, et que, comme un loup pris au piège, je restai attaché, pour toujours peut-être, a la folie de l’idéal. [2]
Baudelaire
Laquelle est la vraie?
La formación de analistas se relaciona con respecto a la génesis y al desarrollo del psicoanálisis, en especial cuando gran parte recae en los hombros de una persona. Aunque Freud encontró importante interlocución con personajes específicos de su época influyentes en su pensamiento, resulta pertinente acuñar a su deseo tanto el sostén como el avance del psicoanálisis.
En términos freudianos, el deseo mantiene interacción con cierta frustración pero siempre se las arregla para expresarse, tal como ocurre durante los sueños, en los lapsus o en los actos fallidos de la vida cotidiana; y en la vida cotidiana del señor Freud había una escritura constante por medio de correspondencias, de manuscritos o de textos publicados. Ahí, en ese enlace que abre la puerta a su subjetividad, me permito desplegar mi curiosidad, mi deseo y mi indagación.
Quiero rastrear algo de ese deseo en relación con la formación actual de analistas; el deseo, con todo y sus avatares sintomáticos, fantasmáticos y constituyentes; un deseo cuyas producciones se cuenten en valores negativos, en ligazón con lo faltante e imaginado en términos de promesa; un deseo y sus repercusiones reales.
Pero antes de seguir estas lineas, preciso de dar espacio a una cuestión emergente tras la revisión del libro “Localización del analista” y la conclusión del dispositivo de su lectura. Me refiero a una pregunta que surgió apenas finalicé de leer el último renglón, como si ya hubiera estado ahí desde hace no sé cuánto tiempo antes: entonces, ¿Dónde está la localización del analista? Si bien, Manuel proporciona ciertas coordenadas, que sirva la duda para abrir paso a través de mis ideas.
Posiblemente, la localización esté allá afuera, ahí donde el diálogo emerge de la interacción con mis colegas y donde la íntima soledad de mi práctica analítica no traspasa ni siquiera mis sesiones de control o de análisis. Ahí la localizo, a veces en constante vaivén, sorteando fantasmas; de unos a otros. Así lo imagino, como una pulsión cuyo recorrido no aparece sino con nuestras tertulias, cuestiones y dudas que no quedan en una sola persona, pues la resonancia del mismo sonido suena diferente para cada uno. Por ahora, quiero ubicar la localización ahí en primer lugar, como si eso fuera posible, en una interacción entre analistas.
Bien, quiero señalar que el momento durante el cual escribí estas lineas, correspondió al periodo de vacunación de lo que parece ser el último de esta pandemia (esperemos), siendo el coronavirus quien estuvo en boca de todos, figurativa o literalmente hablando, y aunque a muchos mexicanos nos paralizó al comienzo, quiero señalar que hay otros virus cuyos efectos nos empujan a congregar, a juntarnos, a inventar y a perpetuar.
Me refiero a aquella transmisión de la cual hemos escuchado frases como haber sido mordidos por el psicoanálisis, por Freud o por Lacan; un poco a la oscura manera zombie o vampirezca que en ocasiones tiene por fin devorar al otro o ser devorado. En ese sentido, una vez que pasamos del participio pasivo (ser mordidos), nos aventuramos al participio activo y en efecto, vamos a nuestro encuentro a hablar de esto y hacemos uso de la boca y la palabra; ponemos de manifiesto que algo transita entre nosotros.
Decía Lacan en 1978 que « para constituirse como analista hay que ser graciosamente [3] (drôlement) mordido, mordido por Freud principalmente ». Diez años después, en 1988, Allouch dice que ser mordido no es gracioso (drôle), incluso si dura lo que un relámpago. En esta ocasión, plantea una cadena de mordidos y creyentes: « el analizante cree en alguien (el psicoanalista) que cree en algo (el inconsciente) que mordió a alguien (Freud) [4] » [5]. Allouch subraya las palabras de Lacan referentes a que el inconsciente de Freud no era otro que el de Hartmann, no obstante la mayoría de psicoanalistas creemos ser mordidos por el freudiano. La duda es: ¿Fue necesariamente « el inconsciente » en tanto concepto o sustantivo, o fue Hartmann que hubo mordido a Freud? Pues ese algo ubicado por Allouch en dicha cadena responde como objeto de creencia para Freud.
Ahora bien, en tanto objeto, por nuestra parte nos resulta imposible investirlo en su totalidad por ende, hay un resto imaginado (-φ). Ahí donde no alcanzamos a asirlo, ahí creemos en el inconsciente que mordió a Freud quien a su vez nos muerde, transmitiendo parte de sus producciones y, en menor medida, los orígenes de estas. Por consecuencia, devenimos creyentes. He aqui una precisión con respecto a la cadena propuesta por Allouch: tal y como Freud fue mordido por Hartmann y la producción del último se convierte en objeto de creencia para el primero entonces, ahora la producción freudiana forma parte de nuestro objeto de creencia en tanto creemos ser mordidos por Freud. Sin olvidar que la producción de cada uno, por supuesto, se encuentra ligada con su deseo.
Para mi es difícil imaginar que algo muerde, por esa razón, prefiero mantener a Hartmann y su “Filosofía del Inconsciente” en la ecuación. Aunque bien, uno de los alcances del deseo puesto en una construcción teórica, correspondencia, discurso pronunciado o, incluso, en una obra artística, puede corresponder a ese ímpetu palpitante de morder y seguir mordiendo. ¿Acaso podría plantearse así?: aunque muerto Freud, sigue mordiendo. No considero que sea Freud como sujeto; o su producción teórica como objeto, mas bien es su deseo, como los virus transmiten su ADN en un cuerpo viviente, el cual incide en nosotros.
Rastrear el deseo a través de la cadena de creyentes y mordidos, es parecido a perseguir la cadena mutante de los virus. Así la noción del psicoanálisis de hoy dista de lo que fue en 1900, y aun así, aguarda su esencia. Damos cuenta de ello cuando nos atrevemos a fijar una mirada diacrónica al retrovisor y vemos; rastreamos los caminos recorridos otrora por otros. La esencia que nos toca ahora es la mutación de la mutación. Dicho en otro modo, la invención del psicoanálisis responde a una consecuencia histórica cuya subjetivación se manifestó en Freud quien hace sonar los anhelos, exigencias, preguntas y demandas de aquellos tiempos. Y, en efecto, los hace sonar en el espacio que organiza su falta y que desde ahí, los hacemos resonar en la nuestra.
¿A cuál punto quiero llegar? A aquel cuyos derredores contemplen la familia psicoanalítica tan variopinta en estos días. Los preceptos freudianos han sido estribados hasta su cristalización en lo tocante a la práctica psicoanalítica y con ello, su estética, su estilo, su técnica. La pregunta circundante sobre el capítulo « La princesa y el psicoanalista » toma su acomodo bajo esta linea en relación directa con las insignias del padre. Y ¿cuáles son esas insignias del padre Freud que tomamos para la formacióndel ideal a la hora de decirnos analistas, de atender o de cómo acomodar nuestro consultorio? Algunas serán evidentes, a la manera de la Lettre voléeen tanto están tan a la vista que evaden cualquier mirada curiosa, como el uso del divan, el uso técnico de los 45 minutos, el encuadre incuestionado, los veintitantos tomos de la obras casi completas a la vista; encargadas de brindar la protección paterna imaginaria de « hacerlo como se debe ». No obstante, tomar las insignias en cuestión sin someterlas a cuestión, las petrifica más y mas. Algunas otras serán menos evidentes pero que a mi consideración señalan la castración de Freud, del padre, del Otro al cual en ocasiones nos consagramos a cambio de dicha seguridad, a cambio de no vernos en ese estrepitoso borde del Otro sin Otro. Estas insignias poco evidentes encuentran su coyuntura en el ideal de Freud.
Uno de estos ideales provenía del entendido científico permeado de una influencia positivista señalando la posibilidad, si no es que necesidad, de encontrar una base objetiva a fenómenos subjetivos. Y esa objetividad aparentemente encontrada en la biología, la física o la química encontró forzosas metáforas para ilustrar la sociología o la psicología. Uno de los ideales constituyentes en Freud está relacionado desde el comienzo de sus trabajos con la posibilidad de reducir elementos a una formula, al estilo de la escuela de Helmholtz. A propósito de esto, Freud recibió un par de sus obras por parte de Fliess en 1898.
Hay dos cuestiones que me gustaría señalar ahora, aprovechando la salida en escena del señor Fliess. Es notable en su correspondencia la conjetura por parte de Freud sobre el daño y los riesgos que puede tener el uso de preservativos o bien, el coitus interrumptus/reservatus, en relación a cierta frustración sexual; la segunda cuestión está ligada a la promesa que Freud coloca a la ciencia, aquella que en manos de Fliess, pueda dar cuenta de una determinación temporal-biologica con el objeto de brindar cierto alivio.
En palabras de Ernest Jones:
Estando convencido de los efectos dañinos de todos los conocidos métodos anticonceptivos, él soñó con alguno satisfactorio que liberara el disfrute sexual de todas las complicaciones. Ahora, si la concepción como todos los procesos vitales, estuviese determinada por la ley periódica de Fliess, entonces seguramente, debería ser posible descubrir las fechas en el ciclo menstrual cuando el coito sea seguro de ese riesgo. [6]
Podemos pensar que ahí, al comienzo, Freud colocaba sus votos en la ilusión de la generalización. El ideal que constituyó su anhelo es una de las insignias más difíciles de descifrar pues parece compartida. ¿Quién de nosotros no ha tenido dicho ideal en algún momento? La posibilidad de aquella generalización del sujeto, de su comportamiento, de su enfermedad y de su cura; ¡Vaya, sería menos angustiante!
Pondré ahora el dedo en relación con los ideales y la formación de analistas, que es lo que evoca mis palabras el día de hoy, pero particularmente en aquel punto donde hay quien dice no ser necesario hacer un análisis, ya no digamos llegar a un fin de este, sino ni si quiera comenzarlo.
Me refiero a Alfredo Eidelsztein, en particular al video que se encuentra en su propio canal de Youtube [7], en el cual es entrevistado por miembros de APOLa cuya continua afirmación, sin cuestionamiento alguno, no resulta sino inquietante. Eidelsztein dice lo siguiente: « La tradición uniforme del psicoanálisis es que hay gente más dotada que otra. Genios. Freud, Lacan, Miller, mi analista ». A mí parecer, no empieza sino señalando avatares de su transferencia, pues entre tales genios se encuentra, por supuesto, su analista. A lo largo de la entrevista es difícil pesquisar si acaso toma en cuenta el fenómeno transferencial, fenómeno fundamental en cada uno de los análisis, pero que para él no es necesario someterla a análisis. Segundos mas adelante, menciona: « por su ambición científica (del psicoanálisis) las teorías científicas deben ser comunicables » [8] ; de modo, que él da por sentado una ambición psicoanalítica de carácter científico al cual suma un imperativo proveniente de otro lado: deben ser comunicables. Y son comunicables, porque son generalizables; pero en esa generalización ¿no se pierde la especificidad del analista en formación, de su origen histórico y social? Aquí se encuentra la relación con lo que hace unos párrafos yo venia diciendo sobre la transmisión, de la cual Lacan daba cuenta Lacan en la segunda clase del seminario 10 en 1962.
Pero antes de tocar la puerta de Lacan, hay un par de cosas más de Alfredo. « Para ser analista usted tiene que analizarse vs, es mi posición, para ser analista usted tiene que estudiar, tiene que investigar » [9]. Y la transferencia, reitero ¿dónde queda? ¿No es acaso una posición cómoda respecto a la angustia? Armarse de la teoría analítica hasta los dientes. Me da la impresión de que dicho estudio no es precisamente para encontrarse con los analizantes, sino para interactuar desde un saber frente a una comunidad científica.
Él sostiene que para la formación de un analista no es necesaria la experiencia personal, pues « usted no haría más que repetir su experiencia personal con todos sus pacientes ». [10] Como si el análisis fuera un dispositivo complementario a la escuela para ser psicoanalista; como si en el divan, el analista fuese para a aprender conceptos mediante otra vía. ¿Pero es que acaso esta concepción no es una consecuencia de la enseñanza de la IPA y de los llamados analistas didactas?
Y Alfredo sigue…: « Hay que adquirir una formula general, universal (y levanta sus manos como si la tomara de un lugar elevado) tal que luego se pueda pensar que se aplica a cada caso con las peculiaridades del caso; pero es una formula general, la que nos permite operar». Estas palabras hacen preguntarme: ¿Con qué opera el analista? ¿Con formulas? ¿Acaso esto no se circunscribe al ideal moderno de Freud, cuyo anhelo lo puso a manos de Fliess? Otra cuestión que surge es: ¿Para devenir analista, bastaría sólo con analizarse? Esta sería la posición completamente opuesta a la de Alfredo.
Para responder sería buena idea pasar con Lacan quien en la segunda sesión del seminario de 1962-1963 elucida algunas aristas. Pone en juego el saber, la enseñanza y la experiencia analítica. En primer término, privilegia la experiencia analítica diciendo «La experiencia analítica es supuestamente mi referencia esencial cuando me dirijo a la audiencia que ustedes componen, no podemos olvidar que el analista es, si puedo decir, un interpretante». [11] A diferencia de Eidelsztein, Lacan no está preocupado por hablarle a una comunidad científica, sino a otros analistas en términos de la experiencia analítica; no está preocupado por hacer un dialogo entre teóricos, sino entre aquellos que encarnan el participio activo del verbo interpretar, o en francés, el participio presente Interpretante. ¿Cómo se vincula la experiencia analítica con el saber? Pues, si bien, el analista se coloca desde un saber supuesto en el dispositivo analítico, Lacan se pregunta ¿Porqué no aceptar que el analista sabe un pedazo/trozo (un bout)? [12] Y se responde que no es cosa de saber, mas bien de si acaso puede enseñarlo a quien no puede saber. [13]
Esa imposibilidad se encuentra a razón de un semblante, de algo que parece que es, pero su peso recae en una dimensión especular. Lacan usa el término porte a faux. Puerta falsa, como aquella que muchos recordaremos cuando el expresidente George Bush en 2005, con una sonrisa en el rostro y tratando de sortear las preguntas de la prensa, pretendía salir por una puerta, una puerta falsa. Sin embargo, la puerta de Lacan no es la misma que la de Bush quien pretendió usarla para huir, mientras que Lacan la reconoce y la usa para ir mas allá de los límites del saber.
Observe bien dónde está la puerta, si puedo decir, la porte a faux. Una enseñanza analítica, si no existiera esta porte a faux, este seminario en sí podría concebirse en la línea, en la extensión de lo que sucede por ejemplo en un control donde está lo que sabes, lo que sabrías, lo que seria aportado, y donde yo intervendría solo para dar la analogía de lo que es la interpretación, es decir, esta adición mediante cualquier cosa aparece, que da sentido a lo que ustedes creen saber, que hace aparecer en un relámpago lo que es posible asir más allá de los límites del saber. [14]
Dicha puerta por sí misma, es una representación de la ilusión brindada por la comprensión colectiva, particular de las comunidades científicas donde la psicología radica. Aunque Lacan sigue aportando valioso material en relación a la enseñanza en dicha sesión, hay una última tesitura relevante para estribar ahora.
No es, desde esta perspectiva, demasiado deseable llevar a cualquiera que crea demasiado en lo que puede comprender. Aquí es donde los elementos significantes toman su importancia, tan desprovistos como me esfuerzo en hacerlos – por su notación – de contenido comprensible. [15]
Párrafos mas adelante, menciona « No hay enseñanza que no se refiera a eso que yo llamaría ideal de simplicidad » [16] ; dando con el clavo, Lacan apunta al ideal, ese ideal que ronda, que se nos aparece como espejismo en el desierto de la incomprensión, que justifica y que calma; el ideal de lo simple. Pero ¿topar con dicha impostura del saber no es acaso dar con la falta? Con un vacío de aquello que no está del otro lado de la puerta falsa y que, no obstante, supusimos al verla; de modo tal, dicho espacio no está sino acá. Esa es otra de las alusiones de porte à faux pues ésta “à” funge cual preposición de lugar, es decir, indica una dirección y ¿Cuál es esa dirección? No es otro más que Faux, es decir, falso; Puerta hacia/al falso.
Es decir, que en la enseñanza analítica, y en algunas otras, es necesaria la situación engañosa parecida a entrar a un fango imaginario, donde el saber da la apariencia de ser portado y de ser transmisible pero únicamente aquello que alcanza a llegarnos es el real.
Habríamos de notar una declinación más de porte a faux: referente a portar una guadaña. Aquel instrumento que figurativamente en ciertas ilustraciones carga la muerte. Si bien, porte a faux representa: estar en una situación engañosa, no estar seguro, encontrarse entre dos posibles desiciones, hay algo de esta confusión que tiene una dimensión real y oscura, que ciertamente retorna en la cotidianidad de la práctica analítica. Por ahora, no es esta muertela que llama la atención, sino su guadaña. En español tenemos la frase entre la espada y la pared, la cual es parecida; además alude a un corte tentativo cuya posibilidad ocurre únicamente cuando quien está ahí da un paso al frente, ante la vergüenza, ante la falta, y se permite recortar.
Puedo decir, a estas alturas, que el analista es la silueta de lo recortado, estructurada por el vacío, por un espacio en virtud del relieve, por el contorno. Un lugar inexistente como aquel al que Freud alude en numerosas ocasiones en relación a una frase ubicada en la obra de Hamlet cuando el protagonista dirige algunas palabras a Horacio.
Citando a Freud; «Hay mas cosas entre [17] el cielo y la tierra de las que nuestra sabiduría escolar sueña» [18]; ese espacio aludido a través del zwischen (entre/between) es un spot distante del saber escolar, pero Freud se equivoca pues Shakespeare lo escribió diferente: «Hay mas cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de lo soñado en tu filosofía».[19] La preposición en puede referir a que tanto en el cielo como en la tierra, hay mas cosas; la preposición entre hace imaginarnos un espacio intermedio.
Ahora bien, su inexistencia radica en la literalidad de una cita distinta y su existencia yace en el equivoco de Freud, valioso ante sus propias premisas en tanto que los errores alcanzan a señalar algo y es, entonces, su propia falla lo que me permite ubicar las coordenadas de cierta localización del analista en lo real. En un referente emergente de un lapsus, cuya posición triangula y mora entre la tierra, el cielo y una escuela que apenas lo sueña. Pues es Freud, quien en muchas oportunidades se atreve, se escribe y se arriesga a decir su deseo aunque para ello, haya dado un paso de espaldas a la pared y de frente a la espada mas de una ocasión. En otras palabras, Freud, habiendo arriesgado sus comunicaciones a este tipo de lapsus, no es sino lo real, y qué es lo real sino la muerte, que lo atraviesa con esa faux, abriendo un espacio ante la incompletud para las generaciones consecuentes.
Entre esas generaciones escribo, hablo y participo; ahí es donde reitero que la localización se hace presente con colegas, cuando apenas si vislumbro la pared y la espada de cada uno, dando paso al frente y haciendose escuchar. Ahora bien, habiendo señalado este bajo relieve, estas directrices de un recorrido que empezó en solitario, un viernes del año pasado cuando llegué a mi consultorio y me encontré con el libro Localización que Eric Hernandez había dejado para mi ese día entonces, puedo hacer escuchar la armonía de varias voces incidentes en dicho recorrido. Por un lado, en un compás de 3/4, me encontraba atravesando la coda de un análisis personal; esto le dió fuerza al interludio que ya venia palpitando, pleno de dudas y reflexiones emergentes de la situación social-sanitaria y su repercusión en mi práctica analítica; finalmente, en un registro grave, la continua problematización en lo tocante a la formación de analistas en el libro Localización me presentó una historia repleta de bemoles, brindando una base ante cuestionamientos que habían venido sonando, ligados al psicoanálisis en la actualidad en la Ciudad de México.
Para concluir, habiendo tomado « las insignias del padre » como eje de este palabrerio, puedo contrastar, grosso modo, dos caminos en la formación de analistas cuyo punto de convergencia corresponde al real, y ambos operan en la actualidad del psicoanalisis. Uno de ellos utiliza la via de la identificación con dichas insignias y su final de análisis, en caso de llegar a ser planteado, se puede ver cristalizado en la identificación con su analista. La bifurcación aparece en el quéhacer con el objeto; o se identifica, o bien, por otro lado, se efectiviza su pérdida. Para el primer camino, tenemos la siguiente ilustración: “Ante la privación del objeto, Marie Bonaparte, se transforma adoptando las insignias del padre: conforma un ideal del yo a través de identificarse con una insignia paterna llamada “ser psicoanalista”. La segunda via, correspondiente a mi posición, pretende que el deseo, movilizado por la duda, cuestione la insignias e ideales dados, por ende a su analista, hasta dar con sus fisuras, sus fallas, su falta, es decir, habiendo cuestionado las insignias del padre en tanto objeto, es posible encontrarse con las huellas del deseo del otro, en este caso, de Freud; encontrarse localizado en lo real, entre el cielo y la tierra. Asumir que dicho ideal no es garantía y es proveniente de un vacío, permite que operemos desde la pérdida. Espero que el recorrido hecho hasta aquí permita lo segundo.
1 Desafortunado puede ser el hombre, pero dichoso el artista desgarrado por el deseo.
2 Pero yo, furioso, respondí: « ¡No! ¡No! ¡No! » Y para acentuar mi rechazo, golpeé tan fuertemente la tierra con el pie que mi pierna se me hundió hasta la rodilla en la sepultura reciente, y que, como un lobo tomado en una trampa, permanecí atado, puede ser por siempre, a la locura del ideal.
3 La palabra que Lacan usa es drôlement que puede tomar tres sentidos. El primero puede referir a algo gracioso, el segundo a algo extraño y un tercero con énfasis informal puede servir como adverbio de grado dandole uno mayor al verbo morder. En algunos diccionarios puede encontrarse « muy » o « tremendamente ». Graciosamente/extrañamente/tremendamente mordido. La frase es « Il faut dire que pour se constituer comme analyste il faut être drôlement mordu, mordu par Freud principalement ». En: Pas tout Lacan. Intervention sur la passe. Assises de l´École freudienne de Paris : « L’expérience de la passe » Deauville. 1978, Nº 23, p. 180.
4 Las cursivas son mías.
5 « L’analysant croit en quelqu’un (le psychanalyste) qui croit en quelque chose (l’inconscient) qui a mordu quelqu’un » En: Jean Allouch, Perturbation dans Pernépsy. Editorial Erès; Toulouse, p. 29. (1988). Este texto también puede encontrarse en el nº 23 de la revista littoral, o bien en la nº 15 de litoral con algunas modificaciones en sus traducciones.
6 « The most complete disappointment, however, was with Freud’s last demand. Being convinced of the harmful effects of all the known anti conceptional methods, he dreamed of a satisfactory one that would free sexual enjoyment from all complications. Now if conception, like all vital processes, was determinated by Fliess´s periodic menstrual cycle when intercourse was safe from that risk. Traducción propuesta por mi de: Ernest Jones, Life and work of Sigmund Freud. (1953) Vol. I. Basic books; New York.
7 https://youtu.be/oUvYbL57gYM
8 Idem.
9 Idem.
10 Idem.
11 « […] l’expérience analytique est supposée être ma référence essentielle quand je m’adresse à l’audience que vous composez, nous ne pouvons pas oublier que l’analyste est, si je puis dire, un interprétant ». Jaques Lacan (1962). Sesión 2 del 21 de noviembre de 1962: en http://staferla.free.fr
12 Bout=Trozo, pedazo.
13 Qu’est-ce que l’enseigner ? quand il s’agit justement à cause de ce qu’il s’agit d’enseigner, de l’enseigner non seulement à qui ne sait pas, mais – il faut admettre que jusqu’à un certain point nous sommes tous ici logés à la même enseigne – à qui, étant donné ce dont il s’agit, « à qui ne peut pas savoir ».
14 Observez bien où porte, si je puis dire, le porte à faux. Un enseignement analytique s’il n’y avait pas ce porte à faux, ce séminaire lui-même pourrait se concevoir dans la ligne, dans le prolongement de ce qui se passe par exemple dans un contrôle où c’est ce que vous savez, ce que vous sauriez, qui serait apporté, et où je n’interviendrais que pour donner l’analogue de ce qui est l’interprétation, à savoir cette addition moyennant quoi quelque chose apparaît, qui donne le sens à ce que vous croyez savoir, qui fait apparaître en un éclair ce qui est possible à saisir au-delà des limites du savoir.
15 Ιl n’est – dans cette perspective – pas trop désirable d’amener quiconque à trop à en croire sur ce qu’il peut comprendre. C’est bien là que prennent leur importance les éléments signifiants, aussi dénués que je m’efforce de les faire – par leur notation – de contenu compréhensible.
16 « Il n’y a pas d’enseignement qui ne se réfère à ce que j’appellerai « un idéal de simplicité ».
17 El subrayado es mio.
18 […] es gebe mehr Dinge zwischen Himmel und Erde, als unsere Schulweisheit sich träumen läß. En Sigmund Freud (1918) Aus der Geschichte einer infantilen neurose.
19 There are more things in heaven and earth, Horatio, than are dreamt of in your philosophy. En William Shakespeare, The complete works of William Shakespeare (2014). Canterbury Classics; San Diego
20 Manuel Hernandez. Localización del Analista p. 290.