Primera parte – 30 de Enero.
Era momento ya de concluir éste cartel. Quizás nos tardamos en dar desenlace a esto… ¿Pero qué fue esto? Esto ha sido un recorrido para poder hablar de los finales, pero también de los principios. Los principios de la práctica psicoanalítica. Como por ejemplo ¿qué responsabilidad asumimos cuando decidimos emprender la práctica psicoanalítica con otros? Abrir la puerta del consultorio para recibir a aquellos que llamamos pacientes y quizás más adelante analizantes. Recibir la transferencia y todas las vicisitudes que conlleva. De la que no podemos advertir lo que devendrá de este encuentro. Al cerrar la puerta del consultorio y comenzar una sesión, ¿qué estamos por asumir?
Desde mi experiencia, puedo decir por ahora que la caída de la falsa idea de que un título o los estudios universitarios serían los que me pondrían en las mejores condiciones para tratar con los analizantes, me llevó a plantearme lo siguiente: ¿cómo entonces puedo sostenerme y sostener (en) esta práctica? ¿Y cómo sostener las transferencias, las demandas, las preguntas y los elefantes blancos que traen al consultorio?
Entonces encontrar a Lacan, más no a Miller, puso una serie de problemáticas totalmente pertinentes. Para empezar, situar mi experiencia de análisis como algo fundamental. Pero también, que el análisis no se hace a solas. A solas, el modelo favorito del capitalismo y la colonialidad, que trae consigo el laberinto de espejismo del “Yo soberano”. Que su voluntad, malamente llamada “deseo” es su único requisito para lograr localizarse como analista. ¿Qué es lo que el capitalismo y la colonialidad eclipsan acerca del deseo?
Se nos vende, oferta y coloniza la idea (inclusive desde mucho antes de que siquiera nos lo planteemos, como en la universidades) que el deseo es cosa de voluntad. De un criterio personal-singular. El capitalismo tiene la gran cualidad de reinventar el Yo con tantas carátulas. Se recicla, se abarata, se vuelve a etiquetar y se catapulta como un nuevo y mejor producto para la sociedad: el Yo-deseo.
Habríamos de preguntarnos entonces si el análisis no acaso revela que el decir Yo-deseo, resulta una trampa hoy en día. Porque decir Yo-deseo, pareciera que se eleva al Yo a una potencia por desear. De ser así, ¿qué diferencia entonces habría entre “decretar al universo” y practicar el psicoanálisis? Por eso es que el día de hoy quiero hablar de lo que por varios años estuvo presente en mi postura del psicoanálisis: Que el analista no se autoriza sino a sí mismo. Una frase que como muchos, repetimos y cimentamos. Pero es que no se trata solo de dejar de decirla. Al menos para mí también fue crucial cuestionarme los efectos que trajo hablar desde ahí.
Segunda parte – 2 de febrero
No me entra la idea de hacer un texto pretencioso con alguna cuestión teórica referente al pase o al final de análisis, al deseo del analista o al lugar del analista. Es que la experiencia aquí atravesada me llevó a cuestionar algo muy importante: La relevancia de constituir dispositivos para que la práctica psicoanalítica sea fructífera con otros. Entonces… ¿necesariamente se trata de escribir algo? …O ¿producir algo?
¿Acaso tendría que salir corriendo en furor a lanzarme a una fantasía del pase, tomar un avión y reunirme con esos passeurs para quizás colgarme la medallita de una nominación? Eso sería ridículamente soberbio y narcisista. Entonces habría fallado en mi análisis y en la manera que me ubico en el psicoanálisis. Este cartel, su final, me reveló algo importante que me acongoja: ¿a dónde más acudiré a tratar los asuntos del psicoanálisis y la “formación”?
Hacer el pase así, con estas condiciones actuales, no me hace sentido. Me incómoda pensar en realizar el pase en una escuela con gente que en su mayoría no conozco y no me conoce. Que aunque valoro muchas de sus producciones, hasta ahora no me convoca más que a permanecer en la periferia. Esa es mi verdad que me incómoda. Más cuando hallé gente con quién mi deseo se evocó. Si dentro de los problemas de la transferencia encontramos el problema del analista de su elección, ¿también el problema se extiende a la escuela por elección? Es que hay una enorme diferencia en ir con el analista que se puede (o debe) en lugar de con quién se quiere. ¿Igualmente sería con una escuela de psicoanálisis? ¿Ir a una escuela con la que se puede en lugar de la que se quiere? Aunque quizás esta escuela no exista… al menos no por ahora. ¿Sería tan torpe de mi parte convservar ese deseo apuntando a una escuela que no existe, como quien su transferencia apunta a alguien que quizás no cuenta con condiciones? Probablemente sí. Aunque quizás no. Quizás no sea una limitante, como de la misma manera Bertha Pappenheim eligió a Freud y apostó a dirigir su deseo a alguien que no podríamos decir analista, pero que sí contaba con un detonador. Un vacío para habitar un nuevo deseo. ¿Una escuela tiene que “ya ser” formalmente constituida para operar? ¿O se puede comenzar a operar, con los riesgos y costos que implicará, para que el acto y sus actores sean quienes sancionen si también ahí hay escuela?
Tercera parte – 8 de Marzo
Practicar el psicoanálisis, en muchos senderos, se siente la soledad… Tránsitos que parecen no terminar y de extravío. Pareciera en ocasiones la maldición de Sísifo rodando la piedra… ¿del inconsciente?. Sin embargo, encuentro que este tipo de experiencia no es intrínseca del análisis a pesar que abunden las condiciones que lanzan a los nuevos practicantes del análisis a una trayectoría del “Cada quién”, mejor dicho del Individualismo o que los únicos tipos de vínculos son los bi-laterales: analizante-analista, supervisado-supervisando, alumno-maestros, etc.
Existen experiencias históricas sociales que sin ellas, mucho de lo que es el análisis, no sería hoy en día. Podría a esto sumar que curiosamente de los más grandes conflictos que el psicoanálisis ha atravesado han sido fenómenos de la pluralidad. Encuentro en este recorrido, un tipo de experiencia otra, que la que usualmente retratamos de los analistas. Aquellas historias e ideales donde “el analista no se autoriza sino a sí mismo” ¿Sospechamos entonces la plaga individualista que hay en el psicoanálisis? ¿Vemos que desde los inicios, como las aulas universitarias, se van seccionando y cercenando los vínculos que marcarán las vidas y por ende los análisis de quienes surge el deseo de adentrarse al campo del inconsciente? Competencia, rivalidad, individualismo, el Yo-fuerte, la madurez psíquica, el desarrollo de los estadios psicosexuales, el autoestima, la independencia, la libertad, emancipación, autonomía, el autodesarrollo, la dominación de la vida pulsional, la sublimación, el principio de realidad, las formaciones analíticas, las traducciones de los seminarios, la selección de candidatos analistas, etc. Todo forma parte de una constelación que le arrebata al eros del análisis su principal fundamento: el amor.
¿Puede existir el psicoanálisis sin el amor? ¿Puede haber un dispositivo psicoanalítico que se desembarace de eros? Pareciera que a eso apuntan algunos analistas. ¿Eso es terminar un análisis? o más bien es el fin del psicoanálisis.
¿En qué momento los analistas se convirtieron en investigadores de biblioteca? Cómo es posible ese suceso, cuando que Freud fue al encuentro de eros al adentrarse a la chimenea con Bertha Pappenhaim… ¡pero también con Breuer!
¡Ni Edipo se salva de la relación más allá de una bilateralidad! ¿No acaso cuando recibimos en análisis a alguien, también le abrimos la puerta a cientos de otros personajes que son parte del sujeto del inconsciente? Es que el consultorio no sólo recibe a dos. Ni con los infantes, ni con los llamados adultos, se trabaja sólo con aquél que está enfrente. Nuestras formaciones del inconsciente tampoco escapan de esa lógica, Porque cuando un lapsus o acto fallido aparece en el análisis, ese que llamamos analizante (y es portador de esa formación del inconsciente), le habla al analista para… hablarle de otros… De igual manera que un chiste puede hacer reír a su auditorio mientras el orador habla de alguien más… o en plural… de alguienes más…
Al igual que el dispositivo del pase: dispositivo por el cual hoy nos reunimos para tratar algunos asuntos. Su estructura, que comparte con la del chiste (así lo dice Lacan) tiene lugar y producción con varios actores. No es un encuentro exclusivo entre pasante y su deseo, nada más.
Tenemos al pasante, los passeurs, al comité, al secretario, a una escuela, a los miembros de la escuela, al que fue analista de ese pasante, a los analistas de los passeurs y un otro publikum con el cual, si es nominado como A.E. , su nombre pasa a ser de esa escuela, un A.E. Pero también, públicamente, para otros que tienen el interés de practicar el análisis, ese nombre puede volverse el depositario de su deseo y demanda.
¡Tanto moviliza el pase con su nominación, que atraviesa la vida no solo de una escuela, sino de la vida común de la gente! ¿Común? ¿Comunitario? ¿Comunidad analítica? Los deseos inconscientes encuentran aquí su destino. La formación de analistas no sólo tiene efectos en la calidad de una escuela de analistas, porque la formación de analistas tiene impacto sobre la vida de las personas.
Cuarta parte – 13 de Abril
¿Cómo concluir éste texto? ¿Y cómo concluir éste cartel? Cuando sabemos que al tratarse de una experiencia analítica, no se acaba en términos de que se de carpetazo y nunca más se vuelva a hablar del asunto. Olvidando de largo que cuando se trata del deseo, un corte no hace más que producir el inicio de una nueva superficie. Cortamos una banda de moebius, por ejemplo por en medio, y eso nos llevará a una nueva estructura. Y de igual modo, considero que cualquier dispositivo analítico puede bien lograr una transformación haciendo un corte pertinente. No cualquier corte. Aunque curiosamente al tratarse de una estructura topológica, cualquier corte siempre conlleva una modificación estructural. Pero no obtendremos el mismo resultado haciendo un corte transversal, que un corte longitudinal en una banda de moebius.
Así, de igual modo, este cartel, estas tertulias, y lo que en suma de estas experiencias hemos ido atravesando, amerita que consideremos bien cuál corte realizar. Propongo que revisemos lo siguiente:
¿Por qué Lacan introduce el sofisma de los tres prisioneros? Aquel donde tienen la oportunidad de salir, quienes puedan localizar qué disco es el que se porta dando cuenta de la manera en que lograron saberlo.
Dice Lacan:
“Por razones que no tengo por qué exponerles ahora, señores, debo poner en libertad a uno de ustedes. Para decidir a cuál, remito la suerte a una prueba a la que se someterán ustedes, si les parece.
”Son ustedes tres aquí presentes. Aquí están cinco discos que no se distinguen sino por el color: tres son blancos, y otros dos son negros. Sin enterarles de cuál he escogido, voy a sujetarle a cada uno de ustedes uno de estos discos entre los dos hombros, es decir, fuera del alcance directo de su mirada, estando igualmente excluida toda posibilidad de alcanzarlo indirectamente por la vista, por la ausencia aquí de ningún medio de reflejarse.
Entonces, les será dado todo el tiempo para considerar a sus compañeros y los discos de que cada uno se muestre portador, sin que les esté permitido, por supuesto, comunicarse unos a otros el resultado de su inspección. Cosa que por lo demás les prohibiría su puro interés. Pues será el primero que pueda concluir de ello su propio color el que se beneficiará de la medida liberadora de que disponemos.
”Se necesitará además que su conclusión esté fundada en motivos de lógica, y no únicamente de probabilidad. Para este efecto, queda entendido que, en cuanto uno de ustedes esté presto a formular una, cruzará esta puerta a fin de que, tomado aparte, sea juzgado por su respuesta.”
Aceptada la propuesta, se adorna a cada uno de nuestros sujetos con un disco blanco, sin utilizar los negros, de los cuales, recordémoslo, sólo se disponía de dos.
¿Cómo pueden los sujetos resolver el problema?
¿Qué podemos encontrar de la relación entre estos tres prisioneros? Sabemos, al igual que ellos, que los tres están prisioneros… una especie de obviedad… pero lo que no es obviedad es de qué son prisioneros. Sabemos que cada uno porta un disco, con un color. Sabemos cuáles son las posibles combinaciones. Sabemos, o eso queremos creer, que al menos uno de los prisioneros porta un disco de diferente color. ¿Cómo entonces, cualquiera y todos los prisioneros, podrán localizar cuál disco portan? Pero además: sin hablar. Dilema que no es cualquiera, tratándose del psicoanálisis donde el talking cure, la cura por la palabra, son parte de su esencia. ¿Por qué Lacan nos introduce en tan complicada relación de prisioneros?
Gracias al libro de Francis Hofstein, a los seminarios de Lacan, el libro de Localización del analista, las reuniones y correos con Jean Allouch, Gloria Leff, Guy Le Gaufey, Rafael Pérez, Alberto Sladogna, Zulema Fernandez, María Arguello, Silvia Artasanchez, Dimitri Kijek, Rodrigo Toscano pudo aparecer en mí una pregunta. ¿Por qué es tan importante esa relación con los otros, tratándose de la práctica psicoanalítica?
Hubo muchas diferencias, varias demasiado significativas, entre lo que cada una de esas personas nos compartió de su experiencia al estar en contacto con el dispositivo de pase. Pero hubo algo que me resultó claro: el paso del lugar de analizante a analista, no se puede lograr a solas. Encuentro aquí algo que es condición de posibilidad. Es que, de ser el pase una acción individual, ¿no eso sería una victoria al ego? Un triunfo a la “soberanía”. Aunque claro está, que para algunos analistas y escuelas, el pase es eso: un logro, un título, una conmemoración, un reto, una epopeya. ¿Y eso, qué tiene de analítico?
Algo que ha estado presente desde con Freud y los primeros analizantes, ha sido la relación transferencial. De hecho Freud nos dice que siempre y cuando una práctica considere la transferencia, tiene derecho legítimo de llamarse psicoanálisis. ¿Podemos entonces extirparnos la transferencia para que deje de estorbarnos? ¿El paso de analizante a analista es por medio de extirparse la relación, la cuál ha sido la fuente que ha avivado el fuego del deseo del analista? Si desde el principio, Freud decidió no huir del pequeño dios eros, sino entregarse a él, ¿por qué habría que desembarazarse, como lo hizo Breuer, del lazo?
No sólo eso, ¿qué pasaría con todas las formaciones del inconsciente de extraerles su relación con los otros? El chiste dejaría de ser chistoso. El sueño no sería entonces interpretable. Un acto fallido pasaría a ser un simple error. Los síntomas volverían a ser meros fallos orgánicos. En fin, lo inconsciente volvería a ser sólo subconsciente. Freud dió un viraje en el momento que supo encontrar su correspondencia a cada una de estas formaciones al entablar su relación con los otros. Entonces el brazo paralisado de Bertha Pappenheim hablaba de su padre. Entonces el miedo a las risas, hablaba del pastelero. Entonces la fobia a los caballos, hablaba del nombre del padre. Entonces una cachetada, hablaba de la señora K.
Vuelvo a la frase tan pop que dice: El psicoanalista no se autoriza sino a sí mismo. Esa frase que se repite con Paidos y Miller, carezco de sustentos para afirmar que es más que un simple error editorial. Pero tratándose del psicoanálisis, ¿por qué no podría al menos preguntarme si eso no es un lapsus? ¿De quién? ¿Para qué? ¿Por qué?
En cambio, si bien tenemos algo de suerte, nos encontraremos que en realidad la frase debería decir: “El analista no se autoriza más que por él mismo… y algunos otros”. Así, con la tercera persona en lugar del ego; pero también, tiempo después, con el afloramiento: “…y otros”. Encontré esta frase, al mismo tiempo que encontré a otros para comprender el psicoanálisis de una manera que no me imaginaba. O mejor dicho, para ubicar en qué problema nos habíamos metido cuando decidimos unir nuestras vidas al psicoanálisis.
Entonces siguiendo y tejiendo estas experiencias, encuentro que éstas ideas acerca de que ocupar el lugar del analista sería una cosa de madurar con el análisis hasta llegar a un punto de autosuficiencia e independencia, son unas fantasías del narcisismo. Pero que no aparecieron sólamente en mi historia. Sino que habitan y seguirán habitando en nuestro contexto. No serán erradicadas, ni siquiera porque una editorial decida corregir los errores. Porque su instalación en la subjetividad de muchos practicantes del psicoanálisis ya se ha logrado. Y sus efectos los pagaremos todos. Mas sin embargo, cabe, afortunadamente, la posibilidad de someternos al lazo erótico, para servirnos de él. De la misma manera que los prisioneros salen todos al mismo tiempo.
No el mismo tiempo del reloj, claramente. Pero sí del mismo movimiento. He ahí donde la palabra ya no alcanza. Ese límite que pareciera infranqueable para algunos, para otros ha sido adentrarse a la práctica del psicoanálisis. Eso es lo que dió inicio en Freud la posibilidad de adentrarse a lo inconsciente. Oscilar del talking cure al chimney sweeping.
Vuelvo a aquel momento donde mencioné al amor. Porque quizás lo olvidamos y lo dejamos empolvado, cuando eso fue lo que nos llevó en un principio a nuestros análisis. Pero me parece muy necesario recuperar la cuestión del amor al tratarse del final de análisis y del paso de analizante a analista. Lo diré claramente: ¿Qué le ocurre al amor cuando alguien termina su análisis? y por ende, ¿Qué le ocurre al amor, a quien pasa del lugar de analizante al lugar del analista?
Considero que debemos preguntarnos algo de ésto, sobre todo cuando los consultorios se llenan de gente que describe malos tratos de otros lugares. No sólo de los consultorios psicológicos y terapéuticos de las llamadas “otras corrientes”. Sino también de la gente que sale de otros consultorios analíticos. Entonces nos damos cuenta que hay un problema de fondo y grave en la práctica analítica de nuestro contexto. Que los analistas han olvidado cuán importante es el cuidado del amor. Ya sea en su dimensión transferencial, así como en las historias de las personas.
Porque si el amor, para aquel que fue analizante, nunca se transformó, ¿cómo entonces tiene otras condiciones, a diferencia de cualquier otra persona, para recibir la transferencia (demanda de amor) de otros?